De acuerdo con definiciones recientes de Naciones Unidas, se considera violencia obstétrica cualquier práctica ejercida por profesionales de la salud sobre las personas embarazadas, durante y después de la labor de parto, que irrespete sus derechos sexuales y reproductivos (DSR) y atente contra su integridad física o emocional.
Según encuestas internacionales, al menos un tercio de las mujeres en todo el planeta narran su experiencia de parto como un mal recuerdo, no tanto por los dolores asociados a las contracciones, como por el modo en que fueron tratadas por parteras, obstetras, enfermeras y personal auxiliar, desde realizar procedimientos invasivos sin consultar sus deseos o explicar su pertinencia, hasta tratos discriminatorios basados en género, edad, raza, cultura, credo religioso, experiencia…
Un maltrato recurrente en casi todas las culturas son las frases estereotipadas que cuestionan el miedo, el malestar, la capacidad de parir, la necesidad de una compañía afectiva en ese momento o la potencialidad para amamantar o cuidar de la prole. Incluso, llegan a hablar de otros casos complicados frente a la parturienta, sin medir cuánto estrés suman a su natural preocupación por la vida propia y de su bebé.
Aunque es en el ámbito médico donde se ve más, la violencia obstétrica también se manifiesta en la familia o la comunidad, si ponen en duda la capacidad de la puérpera para realizar las tareas hogareñas y de autocuidado mientras atiende a su prole, se ignoran las señales de depresión de causa emocional o fisiológica, se le niega una red de apoyo y corresponsabilidad en la crianza, e incluso cuando se exageran las anécdotas sobre los rigores del parto frente a otras mujeres para disuadirlas de ejercer la maternidad.
Como sociedad, es nuestro deber modificar este fenómeno, que es también una muy arraigada expresión de violencia de género. Para ello se impone revisar toda la evidencia científica en torno a un suceso tan natural como dar a luz; además de promover normas que protejan los DSR de manera operativa y fomenten la preparación de profesionales de la salud y a operadores judiciales para desterrar los estereotipos asociados a ese proceso, con énfasis en recursos como el consentimiento informado en todas las etapas del embarazo y el parto y, sobre todo, para emplear métodos invasivos, reservados para cuando peligren la vida de la madre o del bebé.
Violencia, obstétrica, sociedad
Enviar un comentario nuevo