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Los peligros que se tratan de ocultar

Muchas personas caen en la trampa del consumo de marihuana, engañados por quienes tratan de minimizar sus efectos, por creencias populares de que no es tan mala como la pintan, de que existen drogas legales peores o por las tendencias globales a su despenalización, que no ha hecho más que multiplicar su demanda y graves problemas de salud allí donde la flexibilización se justificaba con las más diversas «buenas» intenciones.

Pero si nos atenemos a las investigaciones científicas que llevaron a esa sustancia a las listas de estupefacientes controlados por los organismos internacionales especializados desde 1948, y a los testimonios de quienes batallan para tratar de salvar a pacientes por adicciones de esta droga, estos confirman que su consumo habitual provoca una serie de daños orgánicos y sicológicos, entre los que sobresalen enfermedades como la bronquitis crónica, el enfisema pulmonar, el cáncer de pulmón o padecimientos mentales muy graves.

La adicción a la marihuana altera el sistema cardio-circulatorio, provocando taquicardia, por lo que las personas con hipertensión o insuficiencia cardíaca pueden sufrir un empeoramiento de su sintomatología y padecer arritmias.

Existen datos que indican que podría haber un aumento de la incidencia de depresiones y sicosis por el consumo crónico de esta sustancia. La depresión es un factor de riesgo para la ideación suicida y el suicidio.

Otro ejemplo de mortalidad por cannabis, unido frecuentemente al consumo de alcohol, ocurre por el incremento de accidentes de tráfico y laborales, en ocasiones con resultado de muerte o incapacidad. Y, a partir de los 40 años, en los consumidores crónicos se incrementan los problemas cardiovasculares.

El impacto sicológico del consumo de cannabis tiene una especial relevancia, dado que quienes lo utilizan principalmente son los jóvenes. Provoca dificultades para estudiar, al disminuir las funciones de atención, concentración, abstracción y memoria, obstaculizando, por tanto, el aprendizaje. Puede causar reacciones agudas de ansiedad y, en personas con predisposición a padecer trastornos mentales, puede provocar la aparición de estos trastornos o agravar los que ya se padecen.

Su efecto más frecuente y socialmente más costoso es el llamado síndrome arreactivo afectivo o síndrome amotivacional, expresado por una notable falta de interés, ante todo, similar a la que se ve en formas severas de esquizofrenia.

El abuso de esa droga genera problemas de memoria y aprendizaje, peores resultados académicos, abandono prematuro de los estudios, dependencia, trastornos emocionales (ansiedad, depresión) y de la personalidad, sicosis y esquizofrenia (especialmente en individuos predispuestos).

Asimismo, retarda los tiempos de reacción ante estímulos visuales y auditivos, altera la percepción del tiempo, hace torpe la coordinación y afecta la vida sexual y las capacidades reproductivas. Tiene consecuencias catastróficas en madres adictas, como pueden ser malformaciones corporales de la criatura o prematuridad.

A nivel global se le considera una droga de iniciación entre los jóvenes, que hace función de trampolín hacia el abismo de otras sustancias aún más peligrosas.

 

Palabras clave:

Cuba,peligros,drogas

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