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Entre las tantas bondades de un Estado fallido

Por suerte para quienes habitan este archipiélago, en medio de los muchos entuertos y cotidianas carencias, al despedir 2023 no les faltaron episodios humanos, de esos que en tiempos durísimos irradian luz e inyectan bríos en las almas.

Uno de ellos discurrió en esta oriental provincia, en el último cuatrimestre del año que ya es historia. Involucró a más de un centenar de personas y a dos entidades guantanameras de la Salud, a otra de Santiago de Cuba, más una instalación de la Empresa de Flora y Fauna, de Baracoa.

Todo empezó cuando la sala de hemodiálisis del Hospital General Docente Doctor Agostinho Neto, mayor institución hospitalaria del territorio, necesitó sustituir su vieja planta de tratamiento de agua por una de nuevo tipo, lo que a su vez implicaba una pausa en la prestación de tan sensible servicio médico a pacientes nefróticos.

Espinoso dilema; la planta debía ser renovada, pero no detenida la atención a los enfermos, pues en ella les iba la vida.

Para despejar, simultáneamente y con prontitud, esa disyuntiva, los involucrados enlazaron la solución a una cadena de solidaridad que habría de recorrer el sur de la mitad oriental del país, desde la Ciudad Héroe hasta la Primada.

Con más frecuencia que de costumbre empezaron a sonar los teléfonos celulares de directivos y especialistas en el hospital Octavio de la Concepción y de la Pedraja, de Baracoa, y los de autoridades santiagueras de la Salud. Solícitos, con oídos de buenos hermanos, escucharon la petición de sus homólogos del Agostinho Neto: hacía falta un sitio donde alojar –mientras se ejecutaba el cambio en el Neto– a los 102 pacientes quienes serían trasladados, y a los médicos y enfermeras que viajarían con ellos para atenderlos.

La respuesta se vislumbraba difícil, dada la actual coyuntura del país; no obstante, llegó de inmediato. A disposición del apremio puso Flora y Fauna, de Baracoa, sus trabajadores, y la instalación que tiene en Mabujabo, al norte de la Ciudad Paisaje.

EN LA PRIMADA

Sin expandirse en espacios ni en medios, la sala de hemodiálisis del Octavio de la Concepción y de la Pedraja debía recibir un aluvión de pacientes, hándicap que se apaciguó, al desplazar ocho riñones artificiales desde la cabecera de la provincia.

Pero también el local, sin crecer ni un milímetro, se multiplicó, con su gente y con las jornadas, que en esos días empezaban al amanecer y se extendían casi siempre hasta la madrugada siguiente. «A esa hora –recuerda Imilsis Blanco, una de las enfermeras que se alejó de su familia carnal para ir tras el cuidado de sus pacientes– salíamos, y allí estaba esperándonos en su vehículo algún chofer; lo primero que hacía era preguntar cómo estaban los pacientes, cómo nosotras.

«Y al llegar al centro –continúa Imilsis–, dos o tres trabajadores nos daban la bienvenida. Verlos despiertos a esas horas nos daba pena, nos disculpábamos, les pedíamos que no siguieran haciendo ese sacrificio, que no era necesario. Pero, madrugada a madrugada, la escena se repetía; “no vamos a dejar que ustedes se coman una comida helada, después del día que tuvieron”, respondían».

Yadysley Wilson –otra enfermera– dice que con sus semejantes de Baracoa integró una familia en lo profesional y en lo humano. «El ambiente fue de colaboración todo el tiempo, ellos siempre con una sonrisa y atentos a cualquier necesidad que surgiera de nuestra parte y de los pacientes; fue bonito, algo que no se olvida».

Lester Lafargue, beneficiario de este desborde humano, vive en la ciudad de Guantánamo; tiene 27 años y hace más de uno que la función renal de su organismo la realiza una máquina de hemodiálisis. Es de poco hablar. Acerca de su estancia en la Primada de Cuba, «no tengo de qué quejarme, y sí mucho que agradecer», resume.

«Fueron 42 días alejada de mis dos hijos y demás familia, pero, oiga, ¡esa gente me trató con tanto cariño! Apenas sentí la separación; si tuviera que volver, lo haría con menos preocupación que antes». Lo confiesa Irene Rodríguez; ella reside en Cuatro Caminos, del reparto Santamaría, también en la urbe del Guaso.

Treinta y nueve años de edad tiene esta mujer, y desde hace 15 recibe tratamiento hemodiálico. Ha perdido la cuenta de las veces y los kilómetros recorridos en el ir y venir –tres por semana– entre la casa y el hospital. «Sin gastar ni un centavo –resalta–, mi “lleva y trae” es un auto estatal. Y no falla».

Con tanta escasez, ¿de dónde sale el combustible para ese vehículo? La sensibilidad también hace magia.

AL REGRESO

En que la sala parece otra coinciden las enfermeras y los pacientes. De vuelta al hospital Agostinho Neto, encontraron un nuevo local de instrumentación, renovados las luminarias y los sistemas de clima, enchapadas otra vez las mesetas, sustituidos la marquetería y el mobiliario.

A las mejoras constructivas se suma un refuerzo de ramas, agujas, dializadores y jeringas, entre otros importantes insumos que la terapia de hemodiálisis necesita.                                                                 

Pero la «joya» de esa revitalización es el nuevo equipo que reclamaba el servicio. Una planta, «tecnológicamente de primera», que funciona bajo el principio de ósmosis inversa, garantía de seguridad y calidad absolutas en el tratamiento de agua, según los especialistas.                                                                                                      

Ahora son 105 los pacientes nefróticos, de siete municipios guantanameros, los que se benefician con la inversión. La planta devuelve un agua libre de solutos y otras sustancias que la endurecen, elimina bacterias y peligros de sepsis, entrega un líquido en óptima calidad, para conformar las soluciones de diálisis que depura la sangre. Procesa 2 000 litros de agua por hora, volumen suficiente para cubrir el funcionamiento de 20 riñones artificiales.

Una sesión de hemodiálisis se acerca a los 170 euros en países desarrollados –y no bloqueados–, como Canadá y España. En otros, como Alemania y Estados Unidos, ronda los 200 euros o su equivalente en dólares.

Quien viva en el «primer mundo», si es ciudadano de tercera categoría, no podrá acceder al servicio de hemodiálisis, dado el caso de que lo necesite. Es caro, para gente de alcurnia.

En Cuba, aunque el paciente viva en la provincia más alejada de la capital, recibirá el beneficio sin costo para él. Esos gastos los asume el Gobierno.           

Aquí el enfermo es paciente, no cliente; y la Medicina un derecho, no mercancía.

Ni el temporal más severo logra poner los servicios médicos a la intemperie en este archipiélago; los cobija un techo seguro: el Estado; ese al que las malas lenguas le dicen «fallido».

Palabras clave:

 bondades, Estado,fallido

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