Imaginemos que estamos en un país cualquiera y que este es atacado por un despiadado ejército que, empleando mortíferas armas y de forma muy eficiente, mata indiscriminadamente a todo el que se le pone delante sin tener en cuenta raza, sexo, edad o creencias. Este ejército no persigue apoderarse de la nación, tampoco le interesa un botín ni los recursos naturales. Su único afán es matar.
Ante esta situación es de creer que los habitantes de ese país buscan la forma de protegerse. Lo único que harían sería tratar de salvar la vida propia y la de sus seres queridos. A pesar de sentir hambre, frio, calor, sed o cualquier otro malestar, lo importante es salvar la vida. Ya habrá tiempo para lo demás.
Esta situación hipotética no está totalmente alejada de la realidad. Muchos países han debido vivir situaciones parecidas en el transcurso de su historia. Siempre contra un enemigo visible, que trae pretensiones más o menos conocidas y contra el cual se pueden usar armas de guerra, estrategias y tácticas que han sido estudiadas por los militares en las academias.
Vayamos ahora a nuestra realidad actual: no es un país el que está siendo atacado. Es toda la humanidad. El enemigo no se deja ver, está presente en cualquier lugar; no admite tregua ni pacto. Es despiadado, sobre todo con los más vulnerables. Se reproduce a una velocidad insólita y solo es posible frenarlo con una rigurosa disciplina. Una disciplina que el ser humano nunca antes conoció y que requiere de la colaboración de todos. Y al decir todos no se deja fuera de este universo ni uno solo de los miles de millones de habitantes del planeta.
El enemigo se nombra SARS-CoV-2, produce una enfermedad llamada Covid-19, ataca por las vías respiratorias y su campo de batalla se disemina en estos momentos por casi la totalidad de los países del mundo. Está causando miles de muertes cada día y es tan etéreo que nadie puede estar seguro de no llevarlo dentro. Solo con un PCR en tiempo real se puede determinar su presencia. Pero pudiera ocurrir un caso como el que se describe a continuación:
Una persona se somete al PCR en tiempo real un lunes. El martes se infecta, no se da cuenta y se mantiene algún tiempo sin presentar síntomas. El miércoles recibe la confirmación de que su análisis del lunes dio negativo. Se siente tan contento que se va a compartir con familiares y amigos, a los cuales contagia porque es un portador asintomático y además, seguro de que su PCR dio negativo. Así continúa contaminando el jueves y el viernes. Supongamos que el sábado se presentan los primeros síntomas ¿A cuántas personas puede haber contaminado?
Para ganar esta guerra no basta con el esfuerzo del personal de salud, ni con los medicamentos que puedan crear los científicos. Se requiere de la comprensión de todos y cada uno de los habitantes del planeta y del cumplimiento rigurosa de las medidas que orientan las autoridades en los distintos niveles. Se necesita además (y esto es más difícil) de la solidaridad internacional, independientemente de las diferencias políticas, ideológicas, religiosas o de cualquier otra índole; pues mientras haya un paciente con Covid-19 en cualquier lugar del mundo, todos estamos amenazados.
Hay personas que no asimilan la gravedad de la situación que se vive, tal vez por ignorancia; pero existen profesionales “muy cultos” y personas con responsabilidades dentro de la sociedad, cuyo modo de actuar es ajeno a lo que orientan las autoridades sanitarias. Es una verdadera desgracia que para entender esto las personas deban padecer en carne propia o en su familia la amarga experiencia de enfermarse.
Covid-19, Humanidad, Pandemia
Enviar un comentario nuevo