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Finlay, nuestra verdad histórica y el Día de la Medicina Latinoamericana

  • FUENTE: Edición digital del Periódico 5 de septiembre
  • 3 Diciembre 2019

Cuando se terminaba en Cuba el año 1833 nada presagiaba que el 3 de diciembre sería el Día de la Medicina Latinoamericana, sin embargo durante esa jornada, allá por la villa del Puerto del Príncipe, el matrimonio de emigrantes Finlay-de Barres, de origen escocés, traía al mundo su nuevo hijo al que le llamaron Juan Carlos, cuyo nacimiento trascendió e inmortalizó la efeméride.

Con el orden del nombre compuesto invertido se hizo célebre el vástago años más tarde. Carlos Juan Finlay era médico a los 25 años y luego repercutió como gran benefactor de la humanidad.

Sus años infantiles los vivió tanto en La Habana como en el cafetal de su padre, en la zona de Alquízar. En la adolescencia fue a estudiar a Le Havre, en

Francia, de donde regresó dos años más tarde debido a una enfermedad.

En 1848 volvió al país europeo para completar su educación. Como no pudo ingresar a la Universidad de La Habana, pasó a Filadelfia. Allí cursó la carrera de Medicina en el Jefferson Medical College, centro en el que se doctoró el 10 de marzo de 1855. Dos años más tarde revalidó su título en la Universidad de la capital cubana.
Carlos Juan se hace célebre

Su nombre comenzó a escucharse luego de la Conferencia Sanitaria Internacional de Washington, celebrada en 1881, ante cuyo auditorio dio a conocer su teoría sobre la transmisión de enfermedades, con la cual resolvió de manera admirable las pugnas y contradicciones entre los defensores del contagionismo y del anticontagionismo.

Finlay investigó una implacable epidemia que azotó al mundo por más de tres siglos: la fiebre amarilla. En dicha conferencia señaló que todas las evidencias indicaban que la fiebre amarilla sólo podía ser trasmitida por un “agente intermediario”.

Así se refirió a la existencia de una corriente basada en la transmisión de enfermedades de un individuo enfermo a otro sano por conducto de vectores biológicos. Posteriormente identificó al mosquito Aedes aegypti como agente transmisor.

Toda la vida de esta excelsa figura fue una lucha constante, y cuando su genio creador lo llevó a ocupar por mérito propio un lugar cimero en la ciencia, se convirtió en centro de una de las más agudas polémicas en el campo de la Medicina.
Rechazo al sabio, heroico nacimiento de su teoría

Como todo científico, Finlay no pudo escapar al juicio de los conceptos aceptados en su tiempo, por eso antes de revolucionarlos vivió catorce años de estudios infructuosos y reveses.

A pesar de la desconfianza a que le sometieron no declinó su afán en la búsqueda de la verdad científica, lo que revela la valía del sabio cubano, desinteresado, tenaz y paciente. Si a esto sumamos que vivió la dramática época de la Guerra de los Diez Años, la Paz del Zanjón y la Guerra Chiquita, supone que desafió la oposición de expertos norteamericanos, lo que dio a su vida un sentido heroico.

Además de descubrir al mosquito Aedes aegypti como agente transmisor de la fiebre amarilla, su sagacidad lo hizo advertir el carácter integral que para las enfermedades transmisibles tenía tal revelación

No obstante todos esos méritos, lejos de pretensiones esnobistas Finlay fue modesto, pese a empuñar un arma poderosa para salvar vidas humanas y el prestigio de su país.

Formuló las reglas básicas para la erradicación del mosquito, con lo que dio inicio al método sanitario-social conocido como lucha antivectorial que aún hoy inspira a higienistas y epidemiólogos.

El ejemplo del sabio Finlay se multiplica en los jóvenes galenos que han integrado el destacamento que lleva su nombre, y tanto en su patria como allende los mares, combaten la insalubridad y el dolor humano.

Mediante ese ejército de”batas blancas”, en muchos lugares del orbe titilan hoy los destellos de quien formara parte de la constelación de los grandes forjadores de nuestra nacionalidad, uno de los mayores exponentes de nuestra verdad histórica.

Escrito por: Dagmara Barbieri López

Palabras clave: medicina latinoamericana, Juan Finlay

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